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Entrevistas

Mónica Maronna
Universidad de la República - Uruguay

1. ¿Qué interés y qué desafíos presenta una historia de los medios en América Latina?

Con los comunicadores ocurre lo mismo que con los economistas, tienen tanta presión por identificar el rumbo posible del presente, que se sumergen en la inmediatez sin sospechar que muchas veces, dentro de los procesos más recientes, no todo es tan nuevo como parece. Y aun lo realmente nuevo adquiere mayor significado si se logra analizarlo dentro de un contexto más amplio en el espacio y en el tiempo. El conocimiento histórico, menos apremiado por trazar un plan para el futuro inmediato,  introduce una pausa reflexiva en medio de este intenso fluir de datos, imágenes y fragmentos del presente, con el propósito de  hacer más inteligible la realidad.  

Resulta verdaderamente apasionante y desafiante comprobar que se es protagonista de   un momento de inflexión en la historia aunque todavía no se sepa con certeza la magnitud de ese cambio y de qué modo seguirá operando. La distancia cultural entre las generaciones aumenta cada vez más en menos tiempo. Por ejemplo, las prácticas de lectura y escritura permanecieron más o menos estables durante varias generaciones pero hoy están profundamente removidas y se percibe su impacto en distintas áreas. Leila Macor, una escritora venezolana, expresó recientemente un juicio compartible:  “No soy la única que ya no lee ningún artículo hasta el final: en esa forma inconclusa de consumir está la base del cambio cultural generado por la Web 2.0”. Con una buena dosis de humor, describe la conformación de una “personalidad digital múltiple”: “Empecé a sentir que esto no podía ser normal cuando me vi a mi misma deprimida por chat, eufórica en Facebook, organizando una alegre salida por mensaje de texto, posteando una reflexión aséptica en Twitter y hablando de cocina por teléfono, todo al mismo tiempo. Me reí al darme cuenta de que estaba llorisqueándole un drama a un amigo en Messenger mientras le respondía entusiasmada a alguien por SMS: jaa! Buenazo, vamos!”.  (El País Cultural,  Diario El País, Montevideo, 20 de agosto, 2010, p 12). Las preguntas que sugiere esta realidad conducen a interrogarse sobre la dinámica del cambio cultural, sobre la relación entre  medios, sociedad y cultura y sobre una nueva definición del espacio público y privado.  Asimismo, una pausa reflexiva ante el aluvión de datos pone en evidencia la persistencia de algunos trazos y continuidades con expresiones culturales de siglos anteriores. En algún sentido, podemos ser contemporáneos de los lectores de la Bilbliothèque Bleue, de las detalladas crónicas policiales que circulaban en forma de “ocasionales” o  de la renovada prensa del siglo XIX.  

Y en la  dirección opuesta, junto a la continuidad, es posible observar  el cambio  brusco, impensable, a veces inesperado, pero nunca aleatorio.  ¿No fue acaso el teléfono una innovación pensada para mejorar el telégrafo? En 1876, muchos contemporáneos creían que la “voz  directa trasmitida a distancia” era una extravagancia reservada para unos pocos hombres de negocios. Nadie podría haber vaticinado su éxito, su despliegue, su movilidad y menos aun el hecho  que en el siglo XXI el uso más frecuente sería  para escribir, otra vez, “telegramas” sólo que personales, privados, sin mediación ni código Morse. Ese espacio de lo “inesperado pero no aleatorio”, al decir de Patrice Flichy, dirige la mirada sobre las maneras en que una sociedad se relaciona con las tecnologías. Las interrogantes no admiten  respuestas  sencillas porque se centran en los usos sociales y  en las prácticas culturales  cuyo estudio, además de necesario, aporta claves interpretativas significativas.

En América Latina los estudios históricos sobre los medios revelan desarrollos muy dispares, incipientes en algunos ámbitos y con más tradición en otros. Pero un común denominador es el predominio del  universo de lo  impreso en relación a los abordajes que tiene como objeto la radio o la televisión, fenómeno muy comprensible si se toma en cuenta las concepciones acerca del trabajo del historiador y los prejuicios  de los intelectuales respecto a  la masividad y sus efectos negativos sobre la cultura.  La prensa, en cambio, goza de otra legitimidad porque ha estado relacionada con el quehacer  intelectual y literario. Además, claro está,  existe  una razón práctica porque es una fuente materialmente  disponible, está completa, se puede consultar y recorrer para volver a ella una y otra vez.  Pero aun así,  requiere hoy nuevas preguntas acerca de sus condiciones de producción, circulación y consumo. Sobre la radio y la televisión existe menos conocimiento acumulado. Y por si fuera poco, el “viejo oficio” también tiene que  contrariar la percepción acerca de los escasos resultados alcanzables de quienes consideran que no hay nada para agregar sobre la radio o la televisión en América Latina. Muchas veces detrás de esta  indiferencia sobre el pasado  subyace una noción de  medios exclusivamente construidos desde los centros de poder y, por tanto, nada  original se obtendrá como resultado su estudio.

En tiempos en que se debate sobre el fin de los medios masivos, resulta para muchos un esfuerzo ocioso empezar a ocuparse de su historia.  Aun si la historia no pudiera aportar nada a los debates actuales – algo muy poco probable- igual valdría la pena conocer cómo llegaron a ocupar el lugar central que adquirieron. En realidad, habría que  plantearse si es posible comprender cabalmente el siglo veinte sin ocuparse del cine, la radio, la televisión, las revistas o los diarios. Cada generación ha crecido con algún emblema distintivo  asociado a los medios,  al recuerdo de un evento televisado, las idas al cine o la escucha de su programa preferido. Desconocer su trayectoria resta  posibilidades de comprender el pasado o, dicho de otro modo, su ausencia como objeto de estudio deja  sin consideración ejes centrales y decisivos de la cultura, la sociedad, la política y la economía.

Paradójicamente, el desinterés por la historia de los medios convive con la eclosión de su memoria al colocar en escena los viejos éxitos exhibidos como trofeos muy preciados. El radioteatro, las fonoplateas, las seriales o los teleteatros  son evocados  en forma permanente como parte de un pasado idealizado. Se trata de  los mismos géneros y formatos que los contemporáneos criticaban por considerarlos factores de “embrutecimiento cultural”, “poderosos narcotizantes” y “trasmisores de ideología dominante”. Además de estudiar los medios, vale la pena estudiar su memoria, considerada ésta como objeto de análisis. Probablemente obtendremos más de este presente que de aquel pasado.


2. ¿Cómo encararía en la actualidad un proyecto de historia de los medios en América Latina?

Una pregunta previa remite a conocer quiénes  se  han ocupado de narrar  la historia de los medios. A esta zona se ha llegado desde diversos ámbitos, desde la comunicación, las  letras, la historia, o desde los propios protagonistas.  Este abordaje múltiple parte  de  la urgencia por cubrir un vacío que, aunque generalizado, se hace más notorio para América Latina.  Marca también, el contorno saludablemente indefinido y plural de este campo de investigación.  En gran medida la historia cultural se convirtió de hecho en la zona de encuentro que no casualmente  hizo posible la confluencia de aportes diversos.  Raymond Williams, Peter Burke, Roger Chartier, Carlo Ginzburg, Michel de Certeau, Pierre Bourdieu,  son algunos de los tantos referentes presentes en cualquier biblioteca de  quienes se ocupan de estos temas.  

¿Es la historia de los medios un campo específico? Aunque probablemente desde la academia  se señale y se cuestione acerca de la pertinencia de más “historia en migajas”, es real que su estudio requiere instrumentos diferentes a los que está acostumbrado el historiador.  La historia de los medios puede ser la de cada uno de ellos,  o puede ser la de sus productos, o la de sus públicos o la de los agentes que lo hacen posible o, quizás,  todo esto y mucho más a la vez. Por ahora, se trata de un territorio poco transitado donde es posible construir con solidez, con paciencia, con aportes múltiples y es también una fuente de recursos para responder nuevas preguntas. Los medios son objeto de estudio y a la vez son  fuentes de conocimiento.

En América Latina queda mucho camino por recorrer y muchas áreas que merecen ser revisadas a la luz de nuevas preguntas. Empezar por trazar el mapa podría despejar el camino para avanzar en él. Resulta inevitable que en muchos casos, el trabajo empiece desde cero y por tanto reconstruir los hechos con datos “puros y duros” resulta una tarea  imprescindible. Optar  por los momentos fundacionales puede aportar pistas interesantes y extender líneas comparativas siempre que estén libres  del “mito de los orígenes”  o de la recurrente mística de la “excepcionalidad” de cada caso en particular.  Constituyen tramos donde  se dilucidan la mayor parte de los dilemas y se configuran rasgos nuevos. Conforman momentos de transición apropiados para analizar los ensayos técnicos, observar las decisiones que adoptan los agentes públicos y privados, conocer cómo experimentaban los géneros, ponerle nombre a lo que ocurre (¿radiotelefonía, radiodifusión, broadcasting?); ubicar lo nuevo (¿quién se ocupa de las ondas?); revisar la legislación (¿a quién pertenecen las ondas?);  ¿De dónde salieron  los primeros empresarios? ¿Cómo se crearon los públicos? ¿Cómo se crearon sus preferencias? ¿Cómo se formaron  los que trabajan en ella?  Muchas son las interrogantes  posibles acerca de la convivencia de lo “nuevo” y lo “viejo” y ninguna de las respuestas deriva naturalmente de las condiciones técnicas, sino que se construye como parte de la dinámica histórica. En paralelo a los tramos fundacionales, resultan cautivantes los presagios de naufragio o, si es el caso, el naufragio mismo.  Sorprende la cantidad de anuncios de inexorables finales tanto como la comprobación de la capacidad para el cambio que desarrollaron los propios medios. Su capacidad de coexistir  y transformarse es uno de sus rasgos más perdurables.  Lo interesante es ponerlos en relación con la cultura y sociedad y comprobar que no todas las dimensiones  se mueven en un mismo ritmo.  Los empujes y los usos sociales  que a menudo redireccionan los usos originales superan cualquier pronóstico y por eso vale la pena conocerlos.

Dos recaudos merecen la atención. En primer lugar, es imprescindible no aislar  los medios del contexto global del que forman parte porque no actúan aisladamente. En segundo  lugar, es necesario considerar el problema de las fuentes y  el acceso a los archivos que constituyen uno de los puntos cruciales sobre todo para las investigaciones en radio y televisión. Los problemas actuales  no son más que un preanuncio de las dificultades de los archivos del futuro ¿Resistirán los cambios de soporte? ¿Cómo se conserva y se preserva? ¿Qué conservar?

Otro desafío nada menor es cómo comunicar lo que se investiga. Parecería existir una incompatibilidad congénita entre el conocimiento académico y la posibilidad de comunicarlo. Los medios fragmentan, apremian, y la historia se resiste a las respuestas sencillas, unidireccionales y mientras tanto otros saberes ocupan ese lugar sin tanto conflicto. Pero cómo comunican los investigadores  -y más en estos tiempos intensos y “apurados”- es harina de otro costal.

 3. ¿Es posible escapar a las “Historias nacionales” en este campo?

Una visión nacional de la historia empobrece su mirada y ha sido el resultado de un modo particular de construir un relato,  por tanto nada impide que cambie. En materia de medios de comunicación es poco probable que una historia exclusivamente nacional sea suficiente para responder las preguntas porque su trayectoria desborda cualquier límite. Las fronteras no son marcas territoriales que definen a priori una pertenencia, sino que son una construcción histórica y por tanto forman parte de una dinámica identificada  por sus  prácticas sociales y culturales.

Esto plantea un asunto que requiere ser atendido muy especialmente porque si se acuerda que  las historias nacionales no ayudan a comprender, se vuelve imprescindible  resolver su sustitución. Se puede fundamentar largamente por qué es necesario escapar de las historias nacionales. Indudablemente resulta más rendidor y apropiado en términos de conocimiento. Proclamarlo es sencillo, resolverlo en forma consistente y viable es más complejo porque historizar implica trabajar dentro de las coordenadas  espacio-tiempo.  Un camino poco explorado pero probablemente muy alentador podría llevar a pensar asuntos en términos regionales. Cualquiera de los países latinoamericanos, aun los que aparentan ser más homogéneos, admiten estudios por regiones culturales. Desde Montevideo es impensable estudiar los medios sin articularlos, al menos, dentro del espacio cultural rioplatense del que siempre formaron parte en forma muy natural y fluida.  El consumo de cine y después la televisión contaron siempre con un alto nivel de consumo y un bajo desempeño en materia de producción. El cine mexicano, por ejemplo,  formó parte del repertorio de la cultura  popular uruguaya tanto o más que el cine argentino. 
En suma, una historia de los medios requeriría problematizar las “historias nacionales”.


Mónica Maronna se desempeña como Profesora en Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República de Montevideo.
Es docente egresada del IPA e  historiadora. Autora y coautora de libros y artículos de historia de los medios e historia social y política. Desarrolla su tesis doctoral en la UBA sobre Historia de la radio en Uruguay 1922-1956.

 



 
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Eduardo Romano

Intelectuales, escritores
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