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DOSSIER | 03 | Jorge B. Rivera
LECTURAS Y TESTIMONIOS | JORGE LAFFORGUE
 
 
 
 
 
Un kantiano rioplatense
 
 
Publicado originalmente en Zigurat. Revista de la Carrera de Ciencias de la Comunicación-Universidad de Buenos Aires, N°5, Editorial Prometeo, 2005.
 
Me pregunto por qué Jorge B. Rivera me recuerda a Kant. Seguramente no es por su porte, pues según los grabados de época el filósofo alemán era medio enclenque, ni tampoco por su reconocida austeridad, ni menos aun por su pietismo. Entonces ¿por qué? porque Kant pensó el mundo sin moverse de su Königsberg natal. Su figura esmirriada y su carácter severo resultan datos aleatorios, apenas pintorescos frente al fenomenal saber que desplegó en sus Críticas.
 
Jorge B. era de gran contextura y solía desplazarse como un oso pardo (tanto que para muchos de nosotros -en particular para nuestros amigos uruguayos- él era inequívocamente el Grandote). También estaba lejos de cualquier sobriedad en el comer y el beber; diría mejor que en él los placeres gastronómicos corrían parejos con los de la lectura. Pero estos datos físicos y culinarios pasaban a un segundo plano frente a su pasmosa erudición, cuyo centro productor no era otro que una biblioteca infinita en un barrio porteño de escasos esplendores.
 
Recuerdo haber comenzado a contarle un viaje a Grecia que acababa de realizar; él me retrucó con un documentado conocimiento de Atenas, como si fuese un asiduo caminante de sus calles, como si la Plaka fuese la mismísima manzana del barrio de Santa Rita que él habitaba. U otra vez, al comentarle mi trabajosa, casi inmóvil, lectura de Peter Handke, quedé alelado ante su hipótesis de cómo la decadencia de Viena avalaba ciertas opciones narrativas del escritor austríaco. Repaso mis recuerdos y diría que casi nada le era ajeno. Todo lo había pensado o visto, aunque raramente se hubiera movido de su ciudad natal, su querido Buenos Aires.
 
Juntos encaramos varios trabajos, y algunos -como Asesinos de papel- llegaron a buen puerto. Se dice que la cultura popular y los medios de comunicación fueron sus temas preferidos. Tal vez me niegue a convalidar esa afirmación, por que mis largas charlas con él, su discurrir por los mas variados canales del saber, su misma producción escrita -sobre todo su poesía inicial y sus notas periodísticas dispersas en una y otra orilla del Plata- me enfrentaron una y otra vez a la amplitud y la diversidad de sus inquietudes, de sus búsquedas. El las supo encarar con una capacidad y tenacidad de trabajo que yo envidiaba y seguramente Kant hubiese aprobado.
 
 
 

 


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